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La creciente difusión del sobrepeso y de la obesidad hace que resulte necesario intervenir de modo significativo a nivel colectivo e individual. Para enfocar seriamente la resolución del problema es necesario actuar modificando el estilo de vida, adoptando una dieta sana y practicando actividad física regularmente. Es importante restablecer el equilibrio energético moderando la cantidad de calorías que se ingieren con la dieta, por una parte, y aumentando el consumo calórico, y en consecuencia el movimiento, por otra.

Es fundamental prestar atención también a los procesos que dan lugar a la formación de acumulaciones de grasa, en los que no solo es determinante la «cantidad», sino también la «calidad» de las calorías ingeridas.

A este respecto, el papel de las oscilaciones que experimentan los niveles de glucosa en la sangre durante el día, después de ingerir carbohidratos, es particularmente importante. Estos últimos, denominados también glúcidos, son digeridos en el aparato gastrointestinal y transformados en glucosa. Después de la comida, sobre todo cuando es rica en carbohidratos, la concentración de glucosa en la sangre (glucemia) aumenta.

El incremento de la glucemia estimula una importante glándula del aparato digestivo (el páncreas) a secretar la hormona «insulina», la cual alcanza los tejidos del organismo a través de la sangre.

La insulina:

  • favorece el uso de la glucosa por parte de todas las células del organismo;
  • estimula la conservación de la glucosa excedente en forma de grasas, y en particular de triglicéridos, en el interior del tejido adiposo (lipogénesis);
  • inhibe la movilización de las grasas de los depósitos adiposos (lipólisis) cuando la disponibilidad de abundante glucosa hace que resulte inútil utilizar las reservas energéticas.

La insulina gestiona situaciones de abundancia de los recursos energéticos, favoreciendo el almacenaje de los excedentes en los depósitos de grasa y bloqueando el uso de las reservas.

Por eso, la insulina es también conocida como «la hormona de la abundancia».

De manera que la insulina permite restablecer la concentración normal de los niveles sanguíneos de glucosa ocupándose de que la utilicen las células para producir energía y de que el exceso se deposite en forma de grasa.

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